¿Podrian darme su opinión? (es una pagina de mi libro)?

Lanzando una cabeza lejos, Anael respondió que estaba aquí por mi y nadie más. Al ver morir ese joven sin hacer nada me di cuenta que yo estaba allí solo por mi amado peleando una guerra sin saber siquiera por que Samael venía a destruirnos; recordé su promesa y pisando miembros mutilados llegue hasta él y le pedí que me revelara lo ocurrido en nuestro reino.

-¿piensas que es un buen momento?

-es hora de irnos- dije confiada en que los ángeles estaban siendo derrotados, esta vez yo tome la iniciativa y él me siguió de cerca por un sendero improvisado marcado por las huellas de muchos humanos que corrieron lejos del enfrentamiento; agitada, ensangrentada y fatigada corrí lejos de la guerra hasta llegar a un lugar lejano donde el ruido de las espadas y las flechas desaparecía.

-ven princesa aquí hay un refugio

-no deberíamos entrar… se asustaran al vernos

Con cautela asomo la cabeza dentro del rustico refugio hecho con tres troncos delgados amarrados en un extremo y enterrados en forma de trípode envueltos por grandes pedazos de cuero, unidos con desesperación palpable en la poca calidad de las puntadas.

-creo que no se asustaran al vernos princesa

-¿Por qué no?

-todos están muertos

Dos mujeres abrazadas en el centro del refugio como una obra de arte sobre la muerte estaban congeladas, con la piel visiblemente quemada en ciertos lugares del rostro y las manos de un color negro intenso.

-¡todo esto es mi culpa!- abrasé a las dos con tanta fuerza hasta que sus cuerpos se rompieron como una porcelana; ni siquiera una gota de sangre aun estaba tibia, hasta sus almas se habían congelado.

-esto no es tu culpa princesa- me levanto agarrándome con fuerza de los brazos – esto es culpa de Samael y ahora te dejare ver todo lo que ocurrió en el castillo

-no podre ver nada si estas despierto

-será difícil dormir en medio de una guerra...

-inténtalo- cubrí la fría nieve con un trozo de cuero y sobre este me senté apoyando la espalda contra uno de los troncos- acuéstate – le pedí acomodando su cabeza en mis piernas, durante un momento tuvo los ojos abiertos fijos en los míos, hasta que mis caricias en su cabello y rostro hicieron le durmieron profundamente.