¿¡Como! Apenas el sábado escribí esto, sin saber nada de ella?

Permita, vuestra Excelencia, de un plebeyo la osadía.

Y, en sabiendo, cuán afable vos sois siempre y cada día,

ya, creo, me habréis permitido deciros lo que yo quiero:

que sois para mi, señora, gozo, solaz y alegría.

En leyéndoos a diario, se pasa mi hebdomadario

y los fines de semana me resultan gran calvario:

Al no tener vuestras letras, casi, siento que me muero

y que ya, en el cementerio, soy parte del inventario.

Pluguiese a Dios no existieran esos fines de semana,

que fueseis, que ya lo sois, el sol para mi ventana,

un sol que fuera sabático e, incluso, dominguero

de modo que aparecieseis, sin faltar, cada mañana.

Que así, como ya habéis dicho, que para vos es Francisco

el de Quevedo, así para mi vos sois, obelisco,

pauta, indicador y guía para ir por el sendero

que conduce, sin falacia, de las letras al aprisco.

Y hablando, cual vos habláis, ¡aro,aro, ioepu.ta!

¡Cómo me encanta el salero, la gracia tan absoluta

que ni mijita consigo no obstante mi grande esmero

cuando es, en vuestro escribir, propiedad tan resoluta.

De esa propiedad tan grata que posee vuestra Excelencia,

a fuer de grandes cohones, debo suplir la carencia

cuando me pongo a escribir. Pero es gravoso y me altero,

y, cuando me da por cu.lo, lo que logro es: impaciencia.

Veis, entonces, Excelencia, que me tenéis bien clavado,

Esperando el nuevo día por sentiros a mi lado,

Mejor dicho, frente a mí. Soñar que estáis en mi fuero

Y, en teniéndoos por mía, mi espíritu esté calmado.

Por ahora, aquí le paro. Que de esto tenía ganas:

De deciros, Excelencia, que en las letras castellanas

en verdad sois Caballera, sois un excelso señero.

¡Sois el preciado tesoro de las tierras gaditanas!